martes, 7 de junio de 2022

Vivir para contarlo

Desde el 12 de septiembre, fecha en la que escribí mis últimas líneas, han pasado muchas lunas. Dejé de entrenar "a tope" para centrarme en ser feliz. Después de un año entero de parón, quise correr antes de andar, y corrí, pero todo acto tiene sus consecuencias, y las pagué. Madrid no es Talavera, en muchos sentidos, 31 (de aquellas) no son 26, y la soledad... ¡Ay! ¡Puta soledad! Soledad que le da nombre a este diario y que he llegado a odiar con toda mi alma. 

Dejé de entrenar reglado, hacía lo que me apetecía, basando todo alrededor del gimnasio y las pesas, el entreno concurrente, nadar por gusto, correr por ganas, y salir en bici los findes cuando bajaba a casa. 

Todo bien, hasta navidad. De hecho, corrí con Antona y Paco Cubelos, haciendo la San Silvestre de sparring a 3'30"/km y disfrutando cada paso. Sin presión, simplemente para disfrutar. Si bien, mis vacaciones de navidades fueron algo extrañas. El día 26 quedamos para jugar al pádel mi padre, mi tío David, mi hermana y yo. Una pachanga de esas chachis, y todo fue bien hasta que mi padre resbaló y se fue al palco. Rotura de tibia y peroné y luxación completa de tobillo. Por suerte, pudieron operarle ese mismo día por la tarde y el lunes por la tarde le estaba recogiendo del hospital. Claro, ahí los planes se te trastocan un poco, pero no pasa nada.

En el curro, desde final de diciembre, la carga laboral subió, teniendo que asumir bastante curro extra, y lidiando con la burocracia... al final, todo el día como puta por rastrojo, y sabiendo que serían dos o tres meses jodidos los que quedaban por venir. 

De ahí que el nivel de entrenamiento, a priori, fuese a ir a menos. Podemos meterle como dato extra un confinamiento por contacto estrecho de covid en enero y otro más por positivo (15 días al palco).

Y antes de eso, pero también en enero, le sumamos dos episodios importantes. El primero, desmayo y convulsiones de mi padre, y segundo lumbago de mi madre. Así que me tocó ser piedra angular familiar.

Empezaba con cojones 2022, pero aún le quedaba lo mejor. A raíz de las convulsiones del viejo, le detectaron un nódulo en el pulmón y tres en el tiroides. Sabiendo los antecedentes familiares (su madre y su tía murieron de cáncer de pulmón -sin ser fumadoras-, y sus años previos de tabaquismo) la cosa pintaba mal. Y tan mal. A mediados de febrero le mandaron a hacerse un PET-TC a Ciudad Real, e incluso antes de ello, ya le dijeron que se fuese preparando para una intervención rápida. Entre medias, citas con el neumólogo, el endocrino, la rehabilitación de la lesión de pierna. Un sindiós. 

Y médicos. Porque le derivaron al Ramón y Cajal, y la tesitura era la siguiente: mi madre no conduce por Madrid, mi padre no puede conducir porque tiene la pierna jodida, calienta que sales. Lo que se traduce en que le he hecho kilómetros al Audi. Entre medias, algún curso que hemos tenido que dar en el curro, y viajes. De la confirmación de le fecha de la operación a la operación viaje, de Madrid a Cornellá, de ahí a Coruña y volver el día que salía del quirófano, con el pulmón derecho sin el lóbulo medio y parte del inferior.

Lo que en principio iba a ser una operación fácil, y en tres días en casa tuvo su correspondiente complicación, porque 2022 está(ba) siendo de muy señor mío. Pasamos de 3 días a 15. Neumonía mediante, catéter punzante y mi padre totalmente destruido. Mira que aguanta el dolor el cabrón, que le he visto con la rodilla recta y el pie totalmente girado y no se quejaba, pero aquello debía ser insufrible. Días de convivencia en el Loft con mamá rinoceronte (mi madre) que era como dormir con un coche sin cubrecárter. Insomnio y curro, cafeína como estilo de vida. Aquello que no mejoraba. Chófer. Y ochocientos kilómetros semanales entre unas cosas y otras. El permiso de semana santa fue mantenerse en Madrid, y obligar a mi madre a que se tomara un puto respiro del hospital, cosa que me costó una discusión, tanto con el enfermo como con su cónyuge. Manda huevos. 

Finalmente, el miércoles previo al jueves santo le dieron el alta, y a mediodía a casa. Pasé tres días en Talavera y el sábado por la noche, vuelta a Madrid. Lunes curro, martes a Francia a trabajar. 

De volver del país de las baguettes a "estabilizar" en casa durante dos semanas, preparando el siguiente despliegue: Sevilla, final de la Europa League. Días de esos que son de 16h de curro, de las que no paras un puto momento. Es lo que toca. Después de eso, empecé a sentirme regu regu, más bien mal. Tos, mocos, un resfriado común, ¿ no? El problema es cuando sale a correr y vomitas literalmente, una pasta de mocos. Y al día siguiente sales en bici y te pasa igual. Y tosiendo, obviamente. Así que de camino al médico. Bronquitis. Y una semana hecho una auténtica basura, de la que aún me estoy recuperando.

Así es como nos hemos plantado en el 7 de junio. Puertas de verano y sin aire acondicionado en el piso. Pendientes de la biopsia de los nódulos del tiroides del viejo, que se la pospusieron desde mayo a junio, como la cita con el endocrino, y preguntándole al 2022: "Hijo de puta, ¿por dónde vas a salir ahora?".





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