sábado, 29 de diciembre de 2007

Sangre y niebla

Hoy creo que fue para más de uno un día inolvidable. En primer lugar empecé el día con cojones... el despertador no sonó y fui a la piscina tarde, había quedado y no estaban, nadé yo solo y, os lo aseguro, el entreno de hoy era monótono de cojones. Joder que aburrimiento. Bajo el agua pensaba... pensaba demasiado, ciertas cosas que hacen que me den ganas de arrancarme la piel a jirones pero como lamentarse no sirve de nada acabé centrándome y todo en la natación.
A la salida de la natación un frío que parecía que te cruzaba la cara, como una bofetada, y la niebla que empezaba a cubrir el horizonte. De camino a casa me encontré a Grijal y estuvimos hablando un ratejo, a las dos menos algo en casita. De comida un plato de puré, con media barra de pan eso sí, pero puré, osea, cosa de poco alimento.

Por la tarde y con una niebla que poco a poco se acentuaba bici, a las tres y media en el gitanillo. Aquí empezó la aventura... salimos por el Camino de la Fábrica de Tomates y llama P., que McPinaster está esperando en el Gitanillo, así que tuvimos que dar la vuelta para recoger al chaval. Todo fue normal hasta el tramo del Canal llegando a Alberche que Ricky empezó a apretar y en el camino hacia Alberche, llegada a Alberche y el Canal de Riego el cachondeito de los relevos, que siempre tiramos los mismos y ni Cristo quería dar la cara. Al final se pusieron a tirar Mula y Ricky. Llegando al cruce de Calera por atrás paramos porque Mula había pinchado. Subimos a Calera y tomamos el cruce con la carretera que une Velada y Calera. Hasta el km 3 todo bien y normal, pero entonces sucedió lo inesperado...

No sé exactamente cómo sucedió porque yo iba tirando en paralelo con Mula, pero debió de ocurrir algo así, Mula baja el ritmo, Andresito va demasiado deprisa y se queda frenado o pega un bandazo y Óscar hace el afilador tras el bandazo. Supongo que como suele suceder se pondría nervioso y en vez de tirar hacia el lado abierto de la rueda giraría contra ella y cayó. Antes de eso escuchamos unos gritos, aceleré y miré hacia atrás y vi a Óscar caer. Me dio la impresión de que el tiempo se congelaba, una especie de caída a cámara lenta, unos segundos eternos... le vi caer y golpearse. Giramos, mientras tanto se retorcía como una culebra e intentaba avanzar en vez de hacia al arcén hacia el centro de la carretera. Todos corrimos espantados hacia él. Sangraba, se había golpeado en la ceja, el casco estaba abollado, sangraba y decía incoherencias. Llamamos a Pablo y después al 112. Pasó un coche y se paró a ayudarnos. Luego otro, la mujer que iba en él era médico y estuvo haciendo preguntas. Me preguntaría unas 7 u 8 veces que cómo había sido la caída. No lo recordaba. Llegaron dos parejas de la Guardia Civil y Pablo, vestido en mallas y zapatillas de correr. Estuvo hablando con el padre de Óscar después de que el accidentado le explicara a su progenitor su estado. Esperamos un rato y nos fuimos hacia Talavera, dejándole en las manos de P., los G. Civiles y la Sra. Médico.

El camino de vuelta fue silencioso, Ricky medio petao' y yo tirando, aguantó hasta un par de kilómetros fuera de Calera y al final Mula le convenció para que se escondiera a rueda lo que quedaba de trayecto. La noche se acercaba y poco a poco nos hundíamos en una espesa niebla. Contra el tiempo y la niebla, Mula y yo tirando a bloque, un silencio sepulcral en el grupo exceptuando algún comentario. Todos, consciente o inconscientemente pensábamos en el estado de salud de nuestro compañero. Había veces que me sumergía tanto en mis pensamientos que era otro el que daba pedales pero de repente volvía y el dolor de piernas se hacía patente. Los kilómetros pasaban, Alberche y Talaverilla quedaron atrás y nos internamos en un banco de niebla inmenso que nos acompañó hasta Talavera. El frío te calaba los huesos, no sentía los pies y dolían. Sonó el móvil, mi padre, que por dónde andaba, entraba por entonces por Patrocinio. Llegamos a Talavera con Ferny bajo mínimos. El camino a casa por la ronda sur fue sencillamente impresionante, si la niebla de antes era densa no podía ni compararse con la del río. No veías absolutamente nada, parecía que tras la barandilla del paseo se extendía un abismo. El Puente de Hierro no lo vimos hasta estar a escasos 40 o 50 metros de él y porque distinguíamos algunas luces de las farolas. Medio acojonaos volvimos a casa. Habíamos ganado la partida al tiempo y a la oscuridad, pero tan sólo esta vez...


Después de una merienda en condiciones y una buena ducha de agua caliente Mula y yo fuimos a Urgencias a ver cómo estaba el herido, estuvimos hablando con el padre y nos dijo que estaba bien. Al final collarín y punto en la ceja.


"Nos pocos, nos felices pocos, nos banda de hermanos, porque aquél que derrame su sangre conmigo...será mi hermano" - W. Shakespeare.

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