lunes, 10 de marzo de 2008

Con llantos a la Virgen

Normalmente sólo nos acordamos de Dios, si es que existe, cuando la necesidad nos acucia. En contadas excepciones acudimos de rodillas a nuestros más profundos sentimientos religiosos de fe con tal de salvar nuestro culo, y, por extraño que parezca, cada vez que lo hacemos sentimos un pequeño alivio interior. No obstante, en cuanto pasa ese suceso que nos ha obligado a rogarle al Altísimo, nos olvidamos del mismo. Yo no soy una excepción, sino uno más. Creo que las dos veces, contadas, en las que más profundo tuve el sentimiento religioso fueron: tras el accidente de autobús (hará en verano 3 años), en la que recuerdo que le echaba una oración para que María se salvara (que fuera útil o no es otra cosa) y tras la muerte de mi abuelo en la que me parecía que el mundo se me tiraba encima.

Esta vez, las cosas como son, no es una hecatombe sorpresiva, si no más bien premeditada. En parte me debo quitar culpa porque mi madre me obligó a deshacerme de la bici antes de que viniera la nueva y en parte me toca entonar el "mea culpa" por hacerla caso. Ahora la bici está que no viene, semana y pico de retraso y nada. Ahora, es cuando toca echarle unos rezos a la virgen de Lourdes, de Guadalupe o a la del Camino Seco, aunque sólo sea para sentir un cierto alivio interior antes de afrontar la cruda realidad.

1 comentario:

José Muñoz Sánchez dijo...

yo solo de me acuerdo de Dios para cagarme en él... jajaja